21.12.20

Planetas

Hoy no puedo imaginar la tarea de desenmarañar una oración. Quizás tampoco pueda hacerlo mañana. Sólo podría espiar mi entorno para tratar de armar listas. Listas sin otro objeto que el de evitar que pronto deje de reconocer el mundo exterior y deba encontrarme solo con formas indiscernibles.

Empezaría por la hilera de hormigas que transportaban trozos de hojas y alguna que otra basura. Más allá, un taxi acercándose sin prisa hacia el hospital. Un bache, el mismo, todos los días. Gente corriendo de espaldas al sol, como escapando de él. El simulacro de un arma silenciosa que nos apunta y la que respondemos con una media sonrisa mientras esperamos tener la piel lo suficientemente fría. Una nueva hoja de papel pegada precariamente con cinta. Un arrugado billete de 100. Un ave que mira sin ver a través del vidrio, o que quizá admira el reflejo que repite sus gestos. Otro bache, uno nuevo. Un can durmiendo al abrigo del sol. La calzada recién barrida. La llave que siempre prometo eliminar del llavero, luego la correcta. El aroma del verano, una nueva vuelta al sol es confesada en el beso de feromonas que inunda sin pudor el aire y nos rodea.

El ruido de las cigarras despertando en una tarde calurosa. Un encuentro sopresivo con el propio reflejo parece despertarnos de un trance y luego, solo queda el ruido de las máquinas rodando y el aroma del polvo levantándose.

Otra vez las hormigas, pronóstico de vaya uno a saber qué.

Y entonces, llega la oscuridad. En la inmensidad del firmamento, los errantes se encuentran.

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