La lluvia y la noche: I
En el manto uniforme que se deposita sobre la extensión haciéndola opalescente a pesar de las espesas tinieblas, una monótona música y los lejanos azotes de Zeus recuerdan una sinfonía que antecede los días de los hombres y proseguirá ininterrumpida mucho tiempo después que la tierra haya escuchado la última de sus voces.
Toda creación palidece ante esa humilde verdad inconmovible, habitantes o entorno, y aún la noción de una obligación hacia ese sistema que se presenta indiferente a nuestros deseos de adorarlo o someterlo.
Al final solo queda la oscuridad que se refleja en los espejos testigos de su presencia, mientras son absorbidos para reiniciar el movimiento y proyectar su mensaje ancestral una vez más.
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