3.10.21

El bosquecillo

bosque de eucaliptos observado desde el nivel del suelo, en el mismo, vías abandonadas del tren

A pocas cuadras de la casa de mi primera infancia, había un bosque.

En una ciudad más bien árida, esta mancha verde era parte de mi día a día. El colectivo que me llevaba al colegio pasaba rodeandolo, pero también era posible atravesarlo. A veces lo hacíamos con mi papá. Creo que de alguna forma él intuía que era algo que me gustaba. Lo recuerdo especialmente cuando caía nieve, aunque viví pocas nevadas de forma consciente. Recuerdo algunos sectores donde podían verse aún las vías abandonadas del tren y algún camino de tierra.

No tenía (ni posiblemente llegue alguna vez a tener) dimensión cabal de su extensión, se que hoy es solo un fragmento de su mejor momento. Pero arraigó permanentemente en mi cabeza y ha creado en mí una fascinación por los bosques fríos.

He aprendido también que, cómo podía imaginar por el lugar de su implantación, no se trata de un bosque natural. Sus altos eucaliptos llegaron con un inmigrante australiano muchas generaciones atrás, y aquel árbol se adaptó bien a las duras condiciones, al punto de afectar permanentemente el microclima del lugar.

Sospecho que el bosque nunca va a desaparecer del todo a pesar de su retroceso, pero no lo se realmente. No puedo evitar pensar en nuestra propia influencia en el medio, especialmente habiéndome convertido en inmigrante; y cuanto perduran las huellas de nuestras acciones, incluso las más pequeñas, como haber plantado una semilla en tierra foránea.

Santalum

Volvieron los días fríos y con ellos la acuciante necesidad de recordar su calor. Miradas indirectas de sonrisas ignorantes, inconscientes d...