28.5.22

Un colega cumple 40 años.

Y mientras compartimos un momento de charla distendida, nos cuenta una anécdota de su tiempo viviendo en Europa, un tema que surge repetidamente al hablar con él, porque vivió muchos años allá.

Todo queda en un segundo plano al surgir la pregunta que surge simultáneamente en los que hemos conocido otros horizontes o contemplado la posibilidad de echar raíces en otra parte.

—¿Por qué volviste?

Puedo ver que es algo que ha respondido muchas veces y que tiene una respuesta ensayada mientras carbura, quizá tan solo para sí mismo, la razón real detrás de recuerdos y excusas.

—La gente en las sociedades sajonas es muy fría —dice, para sorpresa de todos los que sabemos que él no es precisamente un canto al calor latino—. La relación de padres, hijos y abuelos es muy diferente a lo que vivimos acá. Mi esposa es muy familiera, y queríamos que los chicos puedan vivir eso.

Una razón muy respetable y podría ser el fin del tema. Pero estamos entre colegas y hay mucho más para indagar. Preguntamos sobre las oportunidades de trabajo en los diferentes lugares en los que estuvo.

—Allá nunca es difícil el tema laboral. Conseguí trabajo ni bien llegué, incluso aunque estaba recién recibido —nos dice.

Nosotros sabemos que el trabajo tampoco hubiese sido complicado para un profesional de sus capacidades en este lugar, de cualquier forma.

—Es que… es difícil progresar allá —confiesa luego, dejando entrever algo que no debe mencionar siempre—. Aun dedicando todo, siempre quedás peleando en la mitad de la pirámide… —y mientras expresa esto, el tema de conversación deriva en otras cuestiones.

Quizá está ahí la verdadera cuestión que aglutina una decisión, pienso. La familia es importante y los amigos también. Pero lo laboral puede potenciarse mucho cuando uno no es un forastero, más allá de la propia capacidad, y las aspiraciones entonces son mayores. Expresarlo así suena a una ecuación, pero las decisiones trascendentes siempre son un cálculo inefable. Superado un cierto nivel de tranquilidad económica, empieza a pesar más el conseguir logros afectivos, sociales o quizá materiales, pero a un nivel muy diferente.

—Lo cierto es que extraño muchas cosas de la vida en esas ciudades… —dice volviendo al asunto, y comienza una enumeración aparentemente caótica, que va cambiando con el aporte de todos, que mencionan sitios como si fuesen guías turísticos. Lo cierto es que la nostalgia de sus palabras deja adivinar algo que no puede ser replicado acá, que vive atado a una geografía y su contexto.

Se apaga la vela, el improvisado festejo culmina con la intervención de una amiga que ya pasó el hito.

—¿Cómo sentís el cambio de número?

—Lo vengo masticando hace un rato, es fuerte —dice él sonriendo, para quitar gravedad a la afirmación.

—No te preocupés, es un tiempo para empezar a disfrutar lo conseguido.

—Siempre hay que disfrutar —responde de inmediato—, todos los momentos y lugares tienen algo bueno —cierra, casi repitiendo una fórmula, pero con una sabiduría inesperada que queda resonando en mi cabeza.

2.5.22

Un día

La noche irradia claridad sobre lo que es y lo que no podrá ser.

La mañana, en cambio, es una promesa engañosa de novedad, una mentira piadosa de nuestra programación para reiniciar motores.

La vigilia del insomne busca inútilmente tender un puente sobre la trampa del día, que realiza su danza eterna a pesar de nosotros.

Santalum

Volvieron los días fríos y con ellos la acuciante necesidad de recordar su calor. Miradas indirectas de sonrisas ignorantes, inconscientes d...