22.10.05

El otro

El cambio comenzó otra vez… Podía ver las señales… La piel se tornaba diferente y así también sus rasgos; las uñas y el pelo experimentaban un crecimiento anormal, y él se encontraba impotente frente a los acontecimientos. El sopor se alejaba rápidamente… estaba sobrio.

Después de tantos años, se había acostumbrado a su presencia… la presencia del animal. Ese que lo tornaba diferente sin hacerlo irreconocible, y que se apoderaba de él en largas noches privadas de sueño impulsándolo más allá de los límites de su capacidad. Ese que había modificado su carácter para mantenerlo dependiente de la vigilia. Ahora apenas podía diferenciar cuando era quien y sólo la transformación lo hacía evidente.

No recordaba la primera vez que sucedió. Quizás fuera tiempo atrás cuando contemplando de reojo su reflejo advirtió que quien lo miraba tenía un rostro diferente, una expresión ajena. No le dio mucha importancia en ese momento, tal vez por la elevada hora de la noche. Solo cuando la presencia de aquel extraño se hizo más frecuente, reparó en la situación. Se sentía observado, un poco intimidado por la presencia de quien había llegado sin ninguna invitación y se atrevía a perturbar los momentos que él creía exclusivamente suyos. Ciertamente, le molestaba esta intromisión, cuando aquel aún estaba afuera.

Recordaba si, cuando lo encontró en sus ojos. Aquel momento frente al espejo que lo llevó a la conclusión sobre la dualidad de su existencia, al conocer al otro que habitaba en él. Ya no había de considerarlo un extraño, sino que se trataba de él mismo. Su presencia se hacía inevitable y su aparente pasividad le conducía a pensar que era inofensivo.

La preocupación sobrevino cuando los demás comenzaron a advertir el cambio… Su modificado carácter era más evidente que las señales físicas, aquellas que combatía compulsivamente para no dar a conocer al otro y que prefería esconder bajo máscaras y disfraces. El intruso era al fin una molestia, ya no podía pensar que se tratara de él mismo. No podía reconocerse en absoluto en su actitud, en sus respuestas, en su carácter e ideas, como tampoco podía conocer sus propósitos. Simplemente sabía que no era él. Algo debía hacerse, no podía perder el control, debía enfrentar a la bestia y dominarla. El intruso debía ser erradicado.

Corrió al espejo y mirándose –mirándolo- enfocó la vista en los ojos –sus propios ojos- intentando encontrar pronto su mirada para no perderse, para no cederle el control al otro… pero ya era tarde, el cambio había sido operado.

2 comentarios:

  1. La inevitable presencia del "otro" ¿será talvez el cuestionamiento de nuestra propia alma? o quizá ¿es la corporización de un "espíritu inmundo"?

    ResponderBorrar
  2. buena observación Antonio... también la actitud de uno respecto del otro. La interpretación... a criterio del lector. Un saludo

    ResponderBorrar

Santalum

Volvieron los días fríos y con ellos la acuciante necesidad de recordar su calor. Miradas indirectas de sonrisas ignorantes, inconscientes d...