Mi recuerdo más antiguo respecto a este tema se remonta a mis 5 o 6 años, cuando vi a dos personas de mi familia comentar respecto a un tema que sonaba en la radio. Conocedores de música, ambos a su manera, trataban de encontrar el lugar en un abstracto catálogo para lo que estaban escuchando. Por entonces las palabras clásico, jazz y rock ya me sonaban familiares y las asociaba a ritmos y sonidos, pero me preguntaba ¿Cómo se sabe que algo es un blues? ¿Por qué lo que estamos escuchando se llama “folklore”? Por entonces se me ocurría que no podía distinguir entre una cosa y otra porque todo me era nuevo, mientras mis mayores habían escuchado mucho y el primer paso era familiarizarme con lo que tenía a mano y sobre todo preguntar. Posteriormente y con un pensamiento más metódico supe que para identificar algo había que indagar sus características esenciales y desde entonces me dediqué a estudiar ávidamente sobre cada disciplina que llamaba mi atención.
La ignorancia es el primer obstáculo a sortear en la tarea crítica. La especial sensibilidad natural de ciertas personas las llevó a concretar magnificas creaciones y definir movimientos, como Edvard Munch con el expresionismo en la pintura o Mies Van der Rohe, le Corbusier y Walter Gropius en arquitectura; sin mayor formación teórica en sus respectivas disciplinas (por esta misma situación pudieron destacarse del repertorio del momento). Pero esto no aplica en la valoración. Quien no conoce algo no puede clasificarlo y mucho menos evaluarlo de manera racional, guiándose solo por su buen gusto y por parámetros arbitrarios. La formación se hace indispensable para quien pretende develar o al menos entrever el misterio de la creación artística. En el marco de esta búsqueda, el conocimiento de la historia de cualquier movimiento es el primer paso a una erradicación de las tinieblas del desconocimiento, juntamente con la experimentación práctica de aquello que se desea evaluar (esto es: en música, escuchar y tener la mayor cantidad de elementos de comparación; en arquitectura, visitar y experimentar diferentes espacios; en literatura, leer cuanto libro cae en nuestras manos). Posteriormente, la valoración del pasado hace posible una mirada crítica al presente y en este orden natural, será posible identificar las pequeñas unidades que componen las ideas para ingresar todos estos datos en nuestros cerebros y establecer categorías trazando los límites pertinentes.
Hasta aquí la mayoría puede estar de acuerdo, pero pronto aparece una desavenencia. Un hecho demasiado habitual parece mandarnos el siguiente mensaje: los límites son entidades complejas y facetadas que se revelan solo a unos cuantos privilegiados para que decidan de esta forma, que es una cosa y que es otra. En este punto, cuando uno llega a comprender los límites más generales y que con todo, muchas veces se presentan ambiguos y tenues, debemos enterarnos que dentro de las clasificaciones que creemos conocer, aún hay muchas otras, y esto cuando no aparece alguien señalando que no solo desconocemos las particiones más pequeñas, sino que nuestras clasificaciones generales son incorrectas. Estos nomencladores se hacen llamar críticos, expertos y un sinfín de denominaciones –haciendo honor a su especial capacidad de discernimiento- acompañadas siempre de los sufijos –logo o –mano (según ostenten un título acreditado o una obsesión respecto a un tema). Existe, al parecer, un sustento superior que permite a estos expertos hablar con gran autoridad respecto a corrientes, tendencias y manifestaciones; en el arte, en la filosofía, en las letras y en cada actividad humana; y pone a estos seres en un nivel superior, que no puede ser conquistado simplemente estudiando. Cada acción es susceptible de ser bautizada con un nuevo nombre (porque ellos constantemente crean categorías) y a partir de entonces responder a una idea en particular, hasta el momento en que uno de sus límites sea vulnerado y pueda decirse que ha “perdido su identidad”.
Pero es aquí donde todo conocimiento palidece. Aquellas manifestaciones a las que los conocedores acusan a menudo de perdida de identidad, en realidad nunca buscaron una. Para seguir ejemplificando con la música, podría mencionar el caso del guitarrista Edward Van Halen ¿Qué rótulo puede caberle? Ante la duda, se le crea una categoría propia pero se comete el error de pretender enunciar sus características. Luego escuchamos un disco de una época y otro de otra y las supuestas características se evaporan ¿Esto significa que los trabajos comparados fueron realizados por personas diferentes? En cierta forma, si. Una persona puede cambiar mucho en 20 años y aún en periodos más pequeños. Pero hay constantes y estas son las búsquedas, que no necesariamente están ligadas a aspectos técnicos y que pueden devenir en saltos voluntarios de categorías. De esta forma, muchos bluesmans como Haund Dog Taylor, dieron un salto hacia el jazz, manteniendolo aún dentro de este otro ya que el blues no es un feeling sino una estructura cabal; y otros hacia el blues eléctrico y hacia el heavy metal.
En arquitectura a partir de los anti-academicismos de finales del siglo XIX, las nuevas manifestaciones agrupadas bajo el título Art Nouveau ponen en la misma línea desde el Sessezion de Viena hasta el Modernismo Catalán, cuando solo dentro de este último, ya es difícil confinar a Gaudí. Luego del movimiento moderno las cosas no cambian mucho si consideramos todo lo que se quiere llamar “deconstructivismo”. También está la idea de crear prácticamente una categoría para cada cosa cayendo en la ociosa actividad de inventar nombres como “electro-jazz-tango con toques de rock psicodélico” o peor aún, en aberrantes contradicciones como “minimalismo recargado” o “brutalismo de fachada”.
¿Que caso tiene al fin tanto esmero con los nombres y tanto rigor en las delimitaciones, cuando las cosas escapan constantemente de las jaulas donde pretendemos aprisionarlas? Sucede que estas intenciones responden primero a la vanidad del que critica, que antes que brindar un servicio, quiere ser más protagonista que el creador y para ello finge estar compenetrado en la obra, supone haber agotado los motivos del autor y haber develado aun los procesos inconscientes de este.
Pero al final, la crítica no es solo etiquetar. La evaluación y la formación del juicio ayuda en la toma de decisiones en nuestro propio trabajo, y su principal objetivo es darnos los motivos y fundamentos para respaldar nuestro accionar. Este hecho les es desconocido por completo a aquellos soberbios nomencladores, por una simple razón: ellos nunca llegan a producir nada.
El que no sabe crear se dedica a destruir... por que los criticos de arte seran mayormente artistas fustrados???
ResponderBorrarMuy buena reflexion.
Ya sabes que tu blog esta entre uno de mis favoritos. Me gusta mucho lo que escribes.
Feliz pascua a ti tambien.
Un abrazo grande amigo.
Tony, estoy de acuerdo contigo, y cuando al leerte mi mente iba un poco más allá en algo que te podía comentar, a los pocos renglones me sorprendías exponiendo lo que yo estaba pensando. Así que sólo te puedo decir que me parece un magnifico texto.
ResponderBorrarGracias por leerme y la amabilidad que muestras en tus comentarios.
¡Besos, Tony!
Todos tendemos a etiquetar a las personas y a sus actos.Es común de la mayoría de las personas.Pero dejar libertad para expresar y comunicar es fundamental para el desarrollo del ser humano.
ResponderBorrarSí, sí. Se dice que los críticos son artistas fracasados. Igual, además de conocer la historia o contexto de las cosas, una vez escuché algo así como que la clasificación es como una de las formas del aprendizaje o el conocimiento, muy útil, que nos permite manejarnos con el objeto en cuestión si acertamos.
ResponderBorrarYo me especializo en etiquetar gentes, y en olvidarme que les había puesto tal etiqueta. Algo así como que me cruzo con algún salame, y aunque ya me había dado cuenta que era medio salame, me compro nomás el sanguche y después me cae mal.
Bueno, además, ponerle nombres a las cosas te permite mencionarlas más facil, pero lo de minimalismo recargado me hizo reir un poco digamos.
Disfuté tu reflexión, te devuelvo el mensaje.
Pienso que en todo tipo de producción, desde la literaria a la culinaria y pasando por toda la gama del esfuerzo humano (sin peyorizar ninguno)existe la crítica, indisoluble al producto. La primera e inevitable es la del mismo productor (o creador, como se quiera) para que esta crítica sea afortunada, atinada, no es necesario que exista un gran cúmulo de conocimientos (en algo ayuda, sí)es más importante que exista una sintonía armónica con el espíritu esencial a lo creado, esa sintonía, esa armonía especial que te permite exclamar "me gusta" "¡Que bello!" o lo contrario,entonces ya no depende de lo conocido o estudiado, depende del espíritu que anima tanto al creador como a la criatura..Un abrazo.
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