Vivir un día más…
Vivir un día más...
Amanecía y Francisco se dispuso a salir de lo que él consideraba su casa, una grande y deteriorada caja de cartón, en el abandonado patio de la estación de ferrocarril.
Como todos los días, el frío y el instinto lo despertaban para comenzar con inquieta decisión la aventura de vivir; extrañaba a Rafael pero siempre había presentido que un día partiría para no retornar.
Su diario recorrido por congestionadas calles en procura del pedazo de pan o de la moneda ansiada y el interés con que observaba las caras de la gente, le permitían escuchar de pasada sobre guerras y atentados terroristas en lejanos lugares, quedaban en su oído las preocupadas expresiones de señores de traje y maletín sobre el aumento del dólar y rondaban en su mente las protestas sobre los políticos y la crisis económica todo esto mientras hacía un alto en sus afanes y se sentaba en el suelo del parquecito a jugar con esas brillantes bolitas que eran su única y preciada posesión. Mientras jugaba, niño al fin, pensaba ¿tendría esto algo que ver con el hambre que sentía todo el tiempo? ¿Por qué decían que los viejos tiempos eran mejores? ¿Cómo se envejecía el tiempo? El apreciaba mucho su roto y viejo saco, no importaba que fuera dos tallas más que la suya, le abrigaba de maravillas.
Cuando la actividad de la calle declinaba y no daba para obtener algo más, Francisco regresaba a su refugio para recostar su fatigado cuerpo y antes de que sus ojos se cerraran a un profundo sueño, su mente ajena a los graves problemas de la planificación gubernamental, sin añorar por no haber conocido los beneficios de un cálido hogar, solo fugazmente se inquietó con el desafío de vivir un día más…
Andrea D'El
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