La lluvia lava las calles, se transforma en un líquido negruzco que alimenta a los imbornales y deja charcos de espejos tornasolados.
Arrastra a su paso hollín y desesperación, gritos ahogados de la ciudad que conjugan arrepentimiento y anhelos, sordos estertores de lo que nunca llega a ser.
Gimen monumentos a través de grietas temporales iluminadas por los rayos, sus corceles congelados transpiran una idea de victoria abandonada para siempre: serán vencedores de batallas desconocidas, y por todo su legado quedarán unas cuantas letras oxidadas orientando las esquinas.
Entre los sonidos que sobrevuelan el rumor de la cortina de agua, se agita por última vez en el aire una exhalación, quizá la petite mort, quizá un alivio más duradero.
18.3.21
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