Quienes lo han enfrentado y derrotado saben que las secuelas de la batalla son permanentes, que aquel terror una vez sentido no puede ser olvidado, pero al menos el recuerdo es incapaz de lastimar como sus fauces. Su forma no se adivina animal, sus límites parecen difusos pero son oscuros como la certeza de su presencia.
Si su infernal aliento no lo delatara cada vez que se acerca, seguramente hubiera sido su presa hace ya mucho tiempo. Ahora vivo en guardia, esperando su próximo ataque para quizá terminar con él, antes que pueda hacerlo conmigo.
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