Intolerancia populista
La cuarta convocatoria de Juan Carlos Blumberg para hacer un reclamo al gobierno por la inseguridad ha provocado que muchas voces contrarias se levanten desde varios días antes a que se realice la manifestación. Y no es para menos. De las injusticias que se viven a diario, la violencia e inseguridad alcanzan a todas las esferas: desde el ciudadano de mayor poder adquisitivo, que busca “refugio” en barrios privados esperando disminuir el riesgo de su posición; hasta aquel que se encuentra prácticamente fuera de la pirámide social, y que es victima de la misma violencia de una forma quizás aún más cruel, casi insoslayable, al hacerse participe de ella; encerrando virtualmente al ciudadano de clase media, que quisiera verse libre de los peligros de uno y otro extremo. Todos observan hoy un antiguo pacto social, entre burguesía y proletariado que se necesitan mutuamente, como roto y sin esperanzas de reconstituirse. Esto se acusa especialmente ahora que la sociedad entera es golpeada por un problema pero su fragmentación hace que un sector prácticamente niegue los reclamos del otro. Ya no veremos “cacerolazos” y manifestaciones conjuntas porque ¿quién se acuerda del otro cuando la falsa calma adormece las conciencias?
Pese a todo esto, una gran cantidad concurrió a apoyar el reclamo de Blumberg en esta última ocasión. Lo que no deja de sorprender es la insistencia en desprestigiar esta manifestación dando ideas equivocadas sobre sus motivos y aún tratando de frenarla de manera forzosa, apelando al enfrentamiento personal. Pero esta determinación no parte de los pobres, como creen algunos, quienes aunque víctimas del mismo mal se encuentran más ocupados en sobrevivir que en organizar revueltas o salir a provocar a nadie. Desde el éxito de la primera congregación masiva presidida por Blumberg, las “contramarchas” y manifestaciones opuestas son llevadas a cabo por dirigentes populistas y simpatizantes intelectuales de ilusiones ya superadas. Los “paladines de la justicia social” se muestran unánimemente en contra de la expresión manifiesta de una heterogénea muestra de la sociedad y como una forma de llevar agua a su molino en este asunto, se han encargado de nombrar derechas e izquierdas en un contexto donde esta distinción no es aplicable y para un hecho que no registra las características que ellos pintan en sus comentarios.
Podemos analizar algunos de sus argumentos más habituales. Acusan a Blumberg de haber encontrado una efectiva forma de hacer campaña política, usando la muerte de su hijo como macabro beneficio a su imagen (no es difícil imaginar que si este estuviera realmente en política, las acusaciones serían más graves, por aquello de que los políticos no pierden a sus hijos, sino que los hacen matar). Estos se molestan por las lágrimas de un padre y hablan despectivamente de su condición social. Es absolutamente falsa la premisa que conduce al razonamiento de que el caso Blumberg tuvo el impacto que tuvo debido a que “fue la muerte de un rico”. Esta idea pretende negar el primer factor que atrajo la atención de todos, y que fue la crueldad con la que Axel Blumberg fue tortrado y asesinado por sus secuestradores. Pero aún si aquella aseveración pasara de este hecho, el tono de resentimiento que trasuntan las palabras de sus autores hace sensible la segunda intención que mueve a estos hipócritas. Estos mismos que reprochan a viva voz el lucro con el dolor no dudan en llamar “masacre” a la tragedia de “Cromañon” para justificar de inmediato cada exabrupto de los padres de las víctimas.
Afiches en la ciudad de Buenos Aires llamaron nazi a Juan Carlos Blumberg, manoteando un conocido recurso empleado por quienes carecen de argumentos, y avalados por la “intelectualidad” que hoy quiere dar la connotación de una nueva esvástica a la Estrella de David. La ley de Godwin, aplicada en foros de Internet para moderar discusiones donde se hacen comparaciones exageradas o fuera de lugar con el nazismo, sería muy aplicable en este caso real, no solo buscando finalizar un tema para declarar ganadores o perdedores, sino para exhibir la ridícula irracionalidad que reviste al oficialismo gubernamental, autor de los afiches mencionados. Este mismo quiere darle al pedido de seguridad el carácter de un reclamo de “derecha”, (empleando otra vez una comparación despectiva para conseguir el respaldo de cualquier ideólogo más o menos convencido) que promueve el gatillo fácil, la violencia que genera más violencia, y otros lugares comunes que gustan mencionar repetidamente. La interpretación del petitorio por parte de quienes se oponen al reclamo es absurda en la misma medida en que es inesperada la reacción de quienes se suponen más tolerantes: ¿no les parece propio de quien se ve acorralado pedir que la fuerza limpie las calles del narcotráfico, que se baje la edad de imputabilidad y que se urbanicen las villas de emergencia? ¡Nuestro gobierno de preciada “centralidad” y orientación socialista es quien debería interpretar correctamente el reclamo para elaborar políticas al respecto! Quienes conocemos la problemática de la ciudad y la sociedad sabemos que las soluciones deberán ser mucho más profundas que simplemente urbanizar las villas o saturar las prisiones, medidas aplicadas en otras latitudes y no siempre exitosas.
Todos estos hechos nos permiten ver parte de la complejidad del problema de fondo, donde se percibe claramente la carencia en el gobierno de los Kirchner de un plan para mejorar esta situación. Satisfechos con haberse ganado a quienes podrían llegar a oponerse a sus ambiciones, rodeándose de piqueteros, líderes sindicales y otros personajes devenidos en “oficialistas”, ahora temen a “la derecha” que podría terminar tomando el poder democráticamente cuando los argentinos los favorezcan con el voto ante la vacuidad de las intenciones del gobierno, que no tiene más perspectiva que encontrar la manera de perpetuarse en su posición.
El poder siempre le temerá a la expresión popular, sea del sector que sea. Su única alternativa está en desacreditar a los que se oponen, y cuando es posible, callarlos. Esto puede explicar perfectamente que Canal 7 (la señal estatal) ignore o menosprecie desde hace 2 años las convocatorias de Blumberg. El gobierno K no distingue derechas o izquierdas, sino amigos y enemigos. Con este criterio también ha podido encontrar enemigos entre la prensa progresista, como cuando silenció al periodista Pepe Eliaschev por no llevar la línea que ellos desearían.
El subsecretario de Tierras para el Hábitat Social, Luis D’Elía, cuyo principal mérito para estar en ese cargo es haber sido líder piquetero, organizó la contramarcha del obelisco en clara actitud de provocación y búsqueda de enfrentamiento, al tiempo que arengaba a “defender el gobierno popular de Néstor Kirchner, en las calles”. Mientras criticaba la presencia de representantes de partidos en la marcha de Blumberg, hacía abierto proselitismo en la otra. D’Elía es contundente prueba de la preocupación del actual gobierno, que no tiene que ver con garantías sociales, sino con la posibilidad de perder su popularidad. Los mismos que se llenan la boca con la palabra “democracia” transmiten por medio de D’Elía un mensaje totalitarista: “que sepa la derecha que el futuro de la Argentina no solamente se resuelve con votos. Se resuelve con millones de argentinos en las calles, que vamos a defender, de Ushuaia a La Quiaca, el gobierno nacional, popular y transformador de Néstor Kirchner”.
¿Cuándo será posible superar el absurdo de pensar que la solución a la violencia social es erradicar “derechas” o “izquierdas”, que ni son tales ni implican la desaparición de la desigualdad?
Pese a todo esto, una gran cantidad concurrió a apoyar el reclamo de Blumberg en esta última ocasión. Lo que no deja de sorprender es la insistencia en desprestigiar esta manifestación dando ideas equivocadas sobre sus motivos y aún tratando de frenarla de manera forzosa, apelando al enfrentamiento personal. Pero esta determinación no parte de los pobres, como creen algunos, quienes aunque víctimas del mismo mal se encuentran más ocupados en sobrevivir que en organizar revueltas o salir a provocar a nadie. Desde el éxito de la primera congregación masiva presidida por Blumberg, las “contramarchas” y manifestaciones opuestas son llevadas a cabo por dirigentes populistas y simpatizantes intelectuales de ilusiones ya superadas. Los “paladines de la justicia social” se muestran unánimemente en contra de la expresión manifiesta de una heterogénea muestra de la sociedad y como una forma de llevar agua a su molino en este asunto, se han encargado de nombrar derechas e izquierdas en un contexto donde esta distinción no es aplicable y para un hecho que no registra las características que ellos pintan en sus comentarios.
Podemos analizar algunos de sus argumentos más habituales. Acusan a Blumberg de haber encontrado una efectiva forma de hacer campaña política, usando la muerte de su hijo como macabro beneficio a su imagen (no es difícil imaginar que si este estuviera realmente en política, las acusaciones serían más graves, por aquello de que los políticos no pierden a sus hijos, sino que los hacen matar). Estos se molestan por las lágrimas de un padre y hablan despectivamente de su condición social. Es absolutamente falsa la premisa que conduce al razonamiento de que el caso Blumberg tuvo el impacto que tuvo debido a que “fue la muerte de un rico”. Esta idea pretende negar el primer factor que atrajo la atención de todos, y que fue la crueldad con la que Axel Blumberg fue tortrado y asesinado por sus secuestradores. Pero aún si aquella aseveración pasara de este hecho, el tono de resentimiento que trasuntan las palabras de sus autores hace sensible la segunda intención que mueve a estos hipócritas. Estos mismos que reprochan a viva voz el lucro con el dolor no dudan en llamar “masacre” a la tragedia de “Cromañon” para justificar de inmediato cada exabrupto de los padres de las víctimas.
Afiches en la ciudad de Buenos Aires llamaron nazi a Juan Carlos Blumberg, manoteando un conocido recurso empleado por quienes carecen de argumentos, y avalados por la “intelectualidad” que hoy quiere dar la connotación de una nueva esvástica a la Estrella de David. La ley de Godwin, aplicada en foros de Internet para moderar discusiones donde se hacen comparaciones exageradas o fuera de lugar con el nazismo, sería muy aplicable en este caso real, no solo buscando finalizar un tema para declarar ganadores o perdedores, sino para exhibir la ridícula irracionalidad que reviste al oficialismo gubernamental, autor de los afiches mencionados. Este mismo quiere darle al pedido de seguridad el carácter de un reclamo de “derecha”, (empleando otra vez una comparación despectiva para conseguir el respaldo de cualquier ideólogo más o menos convencido) que promueve el gatillo fácil, la violencia que genera más violencia, y otros lugares comunes que gustan mencionar repetidamente. La interpretación del petitorio por parte de quienes se oponen al reclamo es absurda en la misma medida en que es inesperada la reacción de quienes se suponen más tolerantes: ¿no les parece propio de quien se ve acorralado pedir que la fuerza limpie las calles del narcotráfico, que se baje la edad de imputabilidad y que se urbanicen las villas de emergencia? ¡Nuestro gobierno de preciada “centralidad” y orientación socialista es quien debería interpretar correctamente el reclamo para elaborar políticas al respecto! Quienes conocemos la problemática de la ciudad y la sociedad sabemos que las soluciones deberán ser mucho más profundas que simplemente urbanizar las villas o saturar las prisiones, medidas aplicadas en otras latitudes y no siempre exitosas.
Todos estos hechos nos permiten ver parte de la complejidad del problema de fondo, donde se percibe claramente la carencia en el gobierno de los Kirchner de un plan para mejorar esta situación. Satisfechos con haberse ganado a quienes podrían llegar a oponerse a sus ambiciones, rodeándose de piqueteros, líderes sindicales y otros personajes devenidos en “oficialistas”, ahora temen a “la derecha” que podría terminar tomando el poder democráticamente cuando los argentinos los favorezcan con el voto ante la vacuidad de las intenciones del gobierno, que no tiene más perspectiva que encontrar la manera de perpetuarse en su posición.
El poder siempre le temerá a la expresión popular, sea del sector que sea. Su única alternativa está en desacreditar a los que se oponen, y cuando es posible, callarlos. Esto puede explicar perfectamente que Canal 7 (la señal estatal) ignore o menosprecie desde hace 2 años las convocatorias de Blumberg. El gobierno K no distingue derechas o izquierdas, sino amigos y enemigos. Con este criterio también ha podido encontrar enemigos entre la prensa progresista, como cuando silenció al periodista Pepe Eliaschev por no llevar la línea que ellos desearían.
El subsecretario de Tierras para el Hábitat Social, Luis D’Elía, cuyo principal mérito para estar en ese cargo es haber sido líder piquetero, organizó la contramarcha del obelisco en clara actitud de provocación y búsqueda de enfrentamiento, al tiempo que arengaba a “defender el gobierno popular de Néstor Kirchner, en las calles”. Mientras criticaba la presencia de representantes de partidos en la marcha de Blumberg, hacía abierto proselitismo en la otra. D’Elía es contundente prueba de la preocupación del actual gobierno, que no tiene que ver con garantías sociales, sino con la posibilidad de perder su popularidad. Los mismos que se llenan la boca con la palabra “democracia” transmiten por medio de D’Elía un mensaje totalitarista: “que sepa la derecha que el futuro de la Argentina no solamente se resuelve con votos. Se resuelve con millones de argentinos en las calles, que vamos a defender, de Ushuaia a La Quiaca, el gobierno nacional, popular y transformador de Néstor Kirchner”.
¿Cuándo será posible superar el absurdo de pensar que la solución a la violencia social es erradicar “derechas” o “izquierdas”, que ni son tales ni implican la desaparición de la desigualdad?
muy buen articulo amigo mio,invita a ser eso que a veces uno deja de hacer....pensar.
ResponderBorrar