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Mostrando las entradas de octubre, 2006

IIII (¡cuatro?)

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Visitando mi propio weblog, me quedé observando el reloj de la figura en la entrada anterior. Aquellos relojes analógicos siempre me fueron objeto de fascinación –funcional y simbólica- uniendo en ellos la perfección técnica y un antiguo deseo de dominar al tiempo, aunque más no sea controlando su marcha. Paradójicamente, y aunque tengo varios de pulsera, habitualmente no llevo ninguno en la muñeca porque en seguida me fastidian y terminan sobre la mesa de trabajo o en un bolsillo. En una temprana infancia, mis primeras nociones de lo que era un número romano vinieron de haber observado los símbolos que indicaban la hora en un antiguo reloj de madera. El reloj de aire clásico, pesas y péndulo tenía una esfera donde se destacaban los números que llevaba adosados. Cuando en la escuela daban las reglas básicas para la formación de cantidades en notación romana, el tema me llamó mucho la atención por resultarme conocidas aquellas cifras, largamente observadas. Pero pronto una confronta...

Hora (minutos más, minutos menos)

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Mediodía. Una palabra y dos intenciones rasgadas. Muy temprano para almorzar, muy tarde para desayunar. El coordinador de ambas actividades parece no haber despertado aún, pero el ritual para empezar el día es el de cualquier otra mañana (aunque esta haya pasado ya en rigor). Café, periódico y radio. Todo en uno, ninguno con especial atención. Ahora, cuarto de hora para las doce, según el reloj del horno microondas… Un momento surrealista contrapuesto a dos realidades contundentes: Si el tiempo volviese atrás, no lo haría por la nimiedad de quince minutos; y dos, los despertadores digitales no se reprograman solos tras un corte de energía. Si, probablemente sea un sabotaje del inconciente. Encontrarse tontamente ingenuo en la íntima soledad resulta una sensación divertida y hasta festejada, pero nunca se desea repetirla. A fin de cuentas, no deja de ser una afrenta contra la autoestima. Diez minutos ya. Tanda comercial en la radio y dos melodías cruzan la taza y los oídos. Se asoman re...