Vi a la primera persona dirigir la mirada al cielo. En sus labios una declaración llamó en un momento la atención de los demás… Había caído presa del hechizo y ahora participaba a los demás en su fortuna.
El tiempo se detuvo… el ajetreado tráfico cesó de repente y todos desde sus lugares admiraban el fenómeno. Señal en el cielo. Temor generalizado: algunos se encomendaban al Altísimo, otros proferían maldiciones contra quienes creían que habían alterado aquel cielo hasta hace instantes radiante y diáfano. En todos los casos inmovilidad y silenciosos murmullos saturaban el aire.
Nadie sabía responder. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo había empezado? ¿Quién lo provocaba? En silencio un hombre, ignoraba la molestia que hería sus retinas y contemplaba el suceso, esperando el desenlace, el punto culminante de tanta tensión, cuando finalmente todo sería esclarecido.
…
Por algún motivo, mi ser estaba calmo. Nunca había observado algo así, ni atinaba a interpretar aquella señal, pero tampoco me había contagiado el temor circundante. Aceptando el momento y esperando por la soga del tiempo para continuar aquella mañana, contemplaba la escena que me quedaría más marcada de aquel día: Un pequeño niño admiraba, no el inalcanzable cielo, sino el paso confiado de un ave entre los pies de los peatones inmóviles. Cuando esta levantó vuelo, el niño me observó sonriente a los ojos y comprendí que gozaba de la misma tranquilidad que yo estaba sintiendo… entonces, le devolví la sonrisa.
…
Cuando el tiempo se reanudó, dos horas habían sido arrancadas del reloj.
imagen tomada de La Gaceta, Diario de Tucumán