El cuarto de la luna delata la sinuosidad del lienzo invisible. Una danza estival se adivina ebria sobre la extensión; seduciendo, asesinando, devorando con fruición un mar de agitaciones, de corrientes huracanadas de supervivencia y mudos anhelos de existencia.
El canto hipnótico del silencio captura almas para su anfiteatro y la vigilia es implacable cuando el circo de la oscuridad ha comenzado la función. El espectáculo cansino gobierna la voluntad y la sujeta a sus apetitos impiadosos.
Los cabellos del tiempo ondulan susurrando un espacio que no es presente, que solo sabe desdoblar futuros al infinito, a ritmo constante y sin repetir un solo movimiento. Sus filamentos acarician la faz de la cálida noche y translucen la mañana que todavía está muy lejana y ya enfrenta una sentencia irreversible.
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