En lo que ahora es una abundante biblioteca, minutos atrás (mientras buscaba un manual que no uso a menudo), hice un grato descubrimiento de manera accidental.
La primera vez que me presenté a un certamen literario lo hice a través del colegio. Éste estaba organizado por una pequeña editorial, que a su vez revendía libros de editoriales extranjeras y, a modo de publicidad, regalaba a cada participante un librito. Los títulos eran muy variados y otorgados al azar. Por entonces, mi biblioteca era muy reducida y esperaba con ilusión este libro para sumarlo a una Biblia en “versión popular”, de lenguaje sencillo; un breve diccionario escolar; “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry (la primera novela que me regalaron) y una serie de libros infantiles, tres de manualidades y cuatro del “Gran Libro de Preguntas y Respuestas de Carlitos” (que recientemente, gracias a Imaginaria, supe que constaba de 6 tomos en total). Circunstancias que llevaron a mi familia lejos de casa prorrogaron mucho el tiempo en que disfrutaría de los libros de mis padres, por lo que cada adquisición resultaba sumamente grata.
El ejemplar que añadía entonces a mi colección se llamaba “Paradigmas. Mitos, enigmas y leyendas contemporáneas”. Para hacer una corta reseña: forma parte de una colección de libros con el mismo título de la editorial española Nueva Lente SA, siendo este el tomo Nº23. En la contratapa menciona solo tres capítulos de los cinco que contiene: “Rasputín”, “Milo o el atleta” (que en el interior del libro se titula “Milón. La realidad y la leyenda”) y “El milenio” (titulado en el interior como “El Pavor al Milenio”). Los “extra” de este libro corresponden a los capítulos “PAX. Paz en la tierra” y “El vacío”. La colección está construida en base a colaboraciones de diferentes autores sobre personajes históricos de porte mítico. El libro aparece clasificado como de “Esoterismo”, lo que resulta llamativo si consideramos que era el regalo para un escolar, pero las ideas que presenta son sencillas y aún se le podría señalar una carencia de profundidad. Este regalo, que había recibido muy entusiasmado, terminó decepcionando mis expectativas de narraciones fantásticas y misterios, debido a que no estaba escrito en ese plan, pero tampoco podía pasar por una investigación seria al no citar ni una sola fuente al finalizar cada capítulo, más allá de las que menciona como al pasar en algunos capítulos.
Muchos de los libros que uno lee parecen destinados al más profundo olvido. Sin embargo, mientras pasaba las páginas y leía los subtítulos de “Paradigmas” recordaba muy bien los párrafos y muchos detalles que habían impregnado mi memoria, como la colosal ingesta de Milón antes de una competencia y algunas hazañas que recordaba como si hubiera visto en una película; el singular capítulo llamado “El vacío”, consistente en dos frases: “…nadie dijo nada” de Pezoa Véliz y unas cuantas hojas (en blanco) más adelante, un desafiante “… ¿Y usted?”. También en este libro, leí por primera vez sobre Rasputín, antes de encontrarlo en otras lecturas mucho más prejuiciadas.
Como reconocía antes, no se trata de una joya literaria, ni tampoco de investigación. Pero el hallarlo me hizo revivir una sensación semejante a la vivida cuando la esperada biblioteca finalmente llegó: libros cuyas figuras pensaba olvidadas y a cuyas letras apenas había asomado muchos años atrás o había escuchado en boca de mis padres, ahora, al alcance de mi mano. Por todas partes había recuerdos en pequeñas piezas, algún párrafo, alguna figura o por lo menos, tapas y lomos.
Es indescriptible el efecto de “descubrir” algo conocido, y con mayor razón cuando este algo es tan abrumador como una biblioteca entera. En su momento, traté de prolongar esta sensación el mayor tiempo posible, desempacando de a poco los ejemplares, pero resultó tan incómodo convivir con las monstruosas cajas que un día la experiencia debió cortarse definitivamente para colocar en sus nuevos lugares todos los libros. Pese a todo, hallazgos como el de hoy me hacen entender que siempre podré encontrar estos “tesoros” que embriagan de extraordinarias sensaciones olvidadas, aun cuando ya no vuelvan a ser tan impactantes como las que se sienten al encontrar una biblioteca, volver a ver películas memorizadas al detalle en la infancia o sentir aromas solamente soñados, en las calles que alguna vez nos vieron crecer.