Aunque el futbol no se encuentra entre mis predilecciones deportivas (tanto para observar como para practicar, prefiero el básquet), he aprendido a apreciarlo. El vivir en un país donde este es el deporte nacional, país cuna de uno de los mayores genios (si no el más grande) en la cancha y donde se percibe esta pasión en cada persona, hace una tarea casi imposible el ser indiferente. Por otra parte, atesoro entre mis recuerdos más preciados algunas frías tardes de invierno (como las que se viven anticipadamente en estos días), tardes de mis primeros años en Tucumán, visitando durante los entrenamientos, la cancha del club Sportivo Guzmán (un club casi amateur) junto a mi padre que trabajaba entonces allí. Entre esas paredes pude comprender lo que significaba el deporte para esos jugadores que llegaban al entrenamiento en bicicletas o a pie, luego de terminada su jornada laboral. Con esto no quiero caer en aseverar que el futbol y el amor por el equipo solo existen en estas condiciones, si no que su lectura es más clara de esta forma.
Lo realmente desagradable es cuando el futbol deja de pertenecer a los hinchas, de clubes grandes o pequeños, y cae en las garras de lo que son verdaderas mafias (y léase aquí las siglas de toda esa caterva de acomodados, que dudo, tengan una idea de lo que significa el deporte; que manejan reglamentos, organizan eventos y venden derechos de televisación). Estos que aun creen que pueden disponer de las fuerzas del orden público y se quejan de que no hay suficientes efectivos policiales en las canchas para controlar la violencia que ellos fomentan. Estos repugnantes personajes no pueden estar a la altura del futbol ni de ningún otro deporte y como si estuvieran enterados de esta metáfora, ahora han decidido “poner el futbol a su altura”.
Hace muchos años que se esgrime la cobarde idea de que “jugar en la altura es inhumano”, concepto enunciado por un DT argentino y que nos hace preguntar si bolivianos, peruanos, ecuatorianos y colombianos acaso serán sub-humanos. Ahora la FIFA decidió hacer oficial la medida de que los partidos internacionales deben ser disputados por debajo de los 2500 metros. El organismo argumenta que debe proteger “la salud de sus jugadores”. Evidentemente, se refiere a la salud de “sus” jugadores argentinos y brasileros, esos que les reditúan más dólares, que son superestrellas internacionales y delicados como señoritas (o digamos “metrosexuales” para ser condescendientes). Imagino que estos señores encorbatados alguna vez visitaron un estadio en altura y comenzaron a asfixiarse de inmediato por la “falta de oxigeno” e inclusive piensan que les hacen un favor a los “subnormales” al llevarlos a su altura donde no deberían tener problemas si total, “hay más oxigeno”. Para completar su buena obra, los dirigentes de la FIFA podrían iniciar un plan de vivienda social o al menos sembrar maíz en esos estadios que ahora son un desperdicio de terreno y que “casualmente” están en las capitales de los países andinos sudamericanos.
Que la altura es un desafío para cualquiera que viaja desde una localización a nivel del mar no es un mito, y de hecho puede entenderlo un escolar sin los “estudios” que luego de tantos años impulsaron a la FIFA a tomar esta decisión. La altura es algo que puede molestar (y no lo hace siempre, puedo dar fe) a cualquier hijo de vecina pero no a un deportista en buen estado físico. Además, si la medida es tomada en nombre del “juego justo” ¿Dónde estaría la justicia para el equipo obligado a jugar siempre de visitante? El portavoz de la FIFA, Pekka Odriozola dijo "Por lo que yo conozco todos los países tienen un estadio por debajo de esa altitud mínima en la que podrían jugar" ¡Por supuesto! ¡Como pudieron olvidar peruanos y bolivianos que con el helicóptero pueden estar en cualquier parte de sus países en muy poco tiempo!
Si queremos ser “justos”, ¿Por qué mejor no dar los 20 días de “adaptación a la altura” necesarios a todos los jugadores (los que suben y los que bajan) de ambos equipos, si hay cuatro años entre mundial y mundial? Si los partidos se juegan de cualquier forma de ida y vuelta, cualquier “ventaja” (legitima, por cierto) geográfica, orográfica o climática se compensa en algún momento. ¿Qué temen las confederaciones de futbol, que Argentina o Brasil no clasifiquen al mundial? Eso es absurdo, por que las ventajas de estas selecciones sobre las demás son muy claras, altura de por medio o no, y de últimas, la FIFA podría “invitarlos” al mundial si acaso quedaran afuera. Lo que en realidad preocupa a brasileros y argentinos es la dificultad de apoderarse de campeonatos en esas alturas y como sus confederaciones pesan mucho, la FIFA prefiere darles el gusto.
Un lamentable triunfo de las ambiciosas mafias futbolísticas por sobre el espíritu del buen juego, ese que ellos invocan con la manoseada expresión “fair play”, y que como toda la justicia humana, es inmunda.