Y mientras
compartimos un momento de charla distendida, nos cuenta una anécdota de su
tiempo viviendo en Europa, un tema que surge repetidamente al hablar con él, porque
vivió muchos años allá.
Todo queda en
un segundo plano al surgir la pregunta que surge simultáneamente en los que
hemos conocido otros horizontes o contemplado la posibilidad de echar raíces en
otra parte.
—¿Por qué
volviste?
Puedo ver
que es algo que ha respondido muchas veces y que tiene una respuesta ensayada
mientras carbura, quizá tan solo para sí mismo, la razón real detrás de recuerdos
y excusas.
—La gente
en las sociedades sajonas es muy fría —dice, para sorpresa de todos los que
sabemos que él no es precisamente un canto al calor latino—. La relación de padres,
hijos y abuelos es muy diferente a lo que vivimos acá. Mi esposa es muy
familiera, y queríamos que los chicos puedan vivir eso.
Una razón
muy respetable y podría ser el fin del tema. Pero estamos entre colegas y hay
mucho más para indagar. Preguntamos sobre las oportunidades de trabajo en los diferentes
lugares en los que estuvo.
—Allá nunca
es difícil el tema laboral. Conseguí trabajo ni bien llegué, incluso aunque estaba
recién recibido —nos dice.
Nosotros sabemos
que el trabajo tampoco hubiese sido complicado para un profesional de sus
capacidades en este lugar, de cualquier forma.
—Es que… es
difícil progresar allá —confiesa luego, dejando entrever algo que no debe mencionar
siempre—. Aun dedicando todo, siempre quedás peleando en la mitad de la pirámide…
—y mientras expresa esto, el tema de conversación deriva en otras cuestiones.
Quizá está
ahí la verdadera cuestión que aglutina una decisión, pienso. La familia es
importante y los amigos también. Pero lo laboral puede potenciarse mucho cuando
uno no es un forastero, más allá de la propia capacidad, y las aspiraciones entonces
son mayores. Expresarlo así suena a una ecuación, pero las decisiones trascendentes
siempre son un cálculo inefable. Superado un cierto nivel de tranquilidad
económica, empieza a pesar más el conseguir logros afectivos, sociales o quizá materiales,
pero a un nivel muy diferente.
—Lo cierto
es que extraño muchas cosas de la vida en esas ciudades… —dice volviendo al
asunto, y comienza una enumeración aparentemente caótica, que va cambiando con
el aporte de todos, que mencionan sitios como si fuesen guías turísticos. Lo
cierto es que la nostalgia de sus palabras deja adivinar algo que no puede ser
replicado acá, que vive atado a una geografía y su contexto.
Se apaga la
vela, el improvisado festejo culmina con la intervención de una amiga que ya
pasó el hito.
—¿Cómo
sentís el cambio de número?
—Lo vengo
masticando hace un rato, es fuerte —dice él sonriendo, para quitar gravedad a
la afirmación.
—No te
preocupés, es un tiempo para empezar a disfrutar lo conseguido.
—Siempre
hay que disfrutar —responde de inmediato—, todos los momentos y lugares tienen
algo bueno —cierra, casi repitiendo una fórmula, pero con una sabiduría
inesperada que queda resonando en mi cabeza.