En una merienda compartida y acompañada de delicias horneadas que calentaron este sábado lluvioso, me puse a pensar casi de la nada en el precio del pan. Una idea poco romántica para esta introducción, lo sé. Pensaba que al poco tiempo de llegar a esta ciudad, hace más de 20 años, cuando en casa me tocaba ir a comprar el kilo diario recién horneado el precio siempre rondaba los 80 centavos de dólar.
Datos innecesarios que por algún motivo quedan grabados en la memoria para siempre.
Salvando tiempos, acontecimientos y básicamente vidas transcurridas desde entonces, el precio del pan sigue siendo aproximadamente el mismo. Así, el tiempo modifica la nominalidad de todo y su forma exterior: por entonces, iba a comprar provisto de un billete con la cara de Pellegrini, hoy basta con acercar el celular a una máquina. El comercio es esencialmente el mismo.
Y hay mucho más que no ha cambiado, ni siquiera con la invención del lenguaje y la moneda. No puedo evitar pensar en algún antepasado lejano, refugiado de las inclemencias de un día muy parecido al de hoy, encendiendo tal vez una fogata y preparándose para compartir un bocado con su tribu, mientras contempla aquella vida que le ha permitido ver un atardecer más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario